Cuando mi cuerpo vive en modo amenaza

Estamos hechos para la supervivencia, así como para conectarnos biológicamente, de esa forma hemos sobrevivido como seres humanos.

Nuestro sistema nervioso autónomo se encarga de mantener nuestro cuerpo en equilibrio y está formado por dos ramas principales, la simpática y la parasimpática.
La simpática es la encargada de llevarnos a la acción, de activar nuestro cuerpo, de llevarlo a un estado de alerta fisiológica y la parasimpática es la responsable de relajarlo y de volverlo a su estado natural.

¿Pero qué sucede cuando nos sentimos en constante estrés y ansiedad? ¿Qué sucede si nuestro cuerpo se activa ante situaciones amenazantes no reales y que tienen que ver con nuestra historia, con nuestra infancia y de la forma que nos cuidaron? ¿Qué sucede si no tenemos recursos de apego seguro que nos permitan buscar formas de relajarnos a través de la autoregulación o de la búsqueda de ayuda con personas de confianza?
¿Qué sucede cuando mi cuerpo aprendió que no existe seguridad fuera de mi y me muevo en el mundo como si viviera en constante amenaza? Y ese estado de constante estrés y ansiedad lo siento tanto en mis relaciones familiares, en mi trabajo, o cuando voy a rendir un examen.

En esa búsqueda de seguridad, hay tres sistemas que entran en acción. Por ejemplo, si vivo una situación estresante a nivel laboral, voy a buscar calmarme respirando, relajándome, llevando mi cuerpo a la calma o a través de explicar la situación a alguien con quien me sienta seguro/a de hacerlo, como mi pareja o amistades, o sea, a través de la conexión con otro ser humano.

En ese momento entra en acción el sistema vagal ventral, el componente principal del sistema parasimpático. El de la conexión social, el del compromiso social, el que nos ayuda a relajarnos, a recuperarnos después de una situación estresante, el que regula la frecuencia cardíaca y nos prepara para el descanso y el primero que se activa cuando me siento en estrés y ansiedad y necesito calmarme.

Si esas amenazas son reales, por ejemplo, si un perro me ataca saldré corriendo o buscaré la forma de no salir malherido de la situación, mi miedo me ayudará a la supervivencia. La emoción como mecanismo de defensa me ayudará a ponerme a salvo de la situación. Pero, si mi miedo es secundario, se activa en situaciones no reales, mi cuerpo también se activará en modo amenaza.

Cuando la base de estos miedos viene de los vínculos de apego formados en la infancia y adolescencia, con figuras de cuidado que no fueron lo suficientemente buenos, generando apegos inseguros, ansiosos, desorganizados, de rechazo, vergüenza y abandono o situaciones traumáticas a lo largo de la vida. O si en mi desarrollo no tuve un aprendizaje donde conseguí auto-regularme, si no lo conseguí a través de otra persona y solo recibí, rechazo, culpa o sentirme avergonzado/a, seguiré sintiéndome en «modo amenaza».

Si mi cuerpo no consiguió a través del sistema vagal ventral (social-conexión), calmarse y conectar con otro ser humano que me ayude a hacerlo, seguiré sintiendo que la amenaza está presente, entonces de forma involuntaria se activará el sistema simpático. Que es el sistema que nos prepara para la activación, para la movilización y la lucha-huida.

Es el que se activa cuando siento que voy mal de tiempo, cuando me presionan para tomar una decisión, cuando se acerca una situación conflictiva, etc.

Por ejemplo, si estamos en una relación y siento constantemente la amenaza, con que nuestra pareja nos hará daño, que no será lo suficientemente bueno/a con nosotros/as, nos traicionará o abandonará, comenzará la lucha de reclamo. Esta lucha la puedo mostrar con ansiedad, con miedo, con rabia o puedo huir, ponerme a la defensiva, usar la agresión o decir algo hiriente para eliminar la amenaza y estar otra vez en la calma. O lo contrario, puedo mostrarme evitativo/a, quedarme callado/a, no comunicar lo que me sucede, elegir no hablar con mi pareja o huir de la situación.

Pero si aún así la amenaza sigue, nuestro cerebro entrará en un estado más primitivo que es el sistema Vagal Dorsal el que nos congela, nos inmoviliza.


Es el que se pone en acción cuando siento que no tengo energía, cuando me siento paralizado/a, deprimidos/as, disociados/as, cuando parece que ya no hay opciones, cuando me siento insignificante, que no le importo a nadie, que no podré salir de esa situación. Pero siempre hay salidas, siempre hay opciones, el estilo de apego se puede cambiar, el sistema nervioso se puede transformar. Hoy puedes tener un estilo de apego que te desconecte de sentir confianza y seguridad y te mantenga en «modo amenaza», pero a través de un trabajo profundo mente-cuerpo se puede transformar la experiencia, se puede cambiar tu forma de actuar, de sentir y de relacionarte.

Tu tipo de apego, tu historia, tu sistema nervioso, te dará respuestas.
¿Has pensado o sentido por dónde te mueves, por dónde sientes? ¿En qué estado de activación autónoma te diría tu sistema nervioso autónomo que se encuentra?


Leticia Paisal
Psicóloga
Colegiado 21128

BIBLIOGRAFÍA:

Dana, D. (2018) “La teoría Polivagal En Terapia”. EDITORIAL ELEFTHERIA, S.L. Barcelona

Porges, S. W.(2016) “La teoría Polivagal”. Ediciones Pléyades,SA. Madrid